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Lo normal es extraordinario

Lo que merece la pena

Carlos Mazón, presidente de la Generalitat, durante su comparecencia ayer
Carlos Mazón, presidente de la Generalitat, durante su comparecencia ayerEFE
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Seguro que lo he contado. Lo he buscado, pero no lo encuentro. Perdón por la posible repetición.

Ocurrió el 31 de Diciembre de 1950. Como dice Carlos Herrera, desde entonces ha llovido más que cuando enterraron a Zafra, sequías incluidas.

Aquel día, Miguel y yo fuimos en Zaragoza a la estación para recibir a José, que llegaba de Madrid. Llevábamos un par de meses sin vernos. Alguien se sorprendió de que fuéramos. Miguel, como lo más natural, dijo: "Es que es nuestro amigo".

Carlos Mazón tiene dificultades en Valencia. No le apoya nadie, ni los de su partido, que supongo que saben exactamente lo que hizo bien y lo que hizo mal mientras la dana destrozaba todo. Me dicen (¿fake news?) que ya hay varios preparados en el PP para sustituirle, porque su puesto debe ser apetecible. Parece que no tiene muchos amigos.

Acabamos de ver el telediario. Una hija mía estalla: "¡Cómo está todo!" Seguramente, la frase correcta es, "¡cómo están todos!", porque la crisis actual está compuesta por millones de decisiones y actuaciones de personas individuales que, objetivamente, son malas, aunque ellos no lo saben, o sí lo saben y no le dan ninguna importancia.

Tengo un amigo que fue político. Lo dejó. Me hablaba de su partido como de un nido de víboras. No se podía fiar de nadie. Las víboras siempre estaban preparadas para picar. Se cansó. No valía la pena luchar contra aquel ambiente. Pensé un poco y creo que lo entendí. Luchar contra una decisión opinable es cuestión profesional. Tu defiendes una posición (opinable, aunque la hayas estudiado a fondo y te parezca la mejor) y yo defiendo la contraria, tan opinable como la tuya y tan estudiada como la tuya. Las dos, opinables. Las dos, defendibles.

Murió mi padre en Julio de 1955. De madrugada. No sé quién avisó a Miguel, pero allí estaba, en la clínica. De madrugada. José estaba en el campamento de Milicias Universitarias y no pudo venir.

Han pasado los años. Cada uno, por su lado, dos en Barcelona, uno en Zaragoza. Vamos los dos o viene él, una vez por trimestre, más o menos. El día se nos hace corto. Una gozada.

Uno de los tres escribe un libro. En confianza, no me lo pensaba leer. El tema me sobrepasaba. Pero me lo manda y leo la dedicatoria: A Leopoldo. ¡Siempre en lo que merece la pena, juntos!

Me parece una gran definición. Repaso: el día que fuimos a la estación en 1950. Carlos Mazón. Los distintos nidos de víboras. El fallecimiento de mi padre. Los encuentros trimestrales.

Distintas carreras. Distintos enfoques. Pero cuando alguien lo necesita, allí estamos.

Porque los tres estamos de acuerdo en lo que merece la pena.